Un extracto del libro original en inglés
Extracto de
Blue Cats and Chartreuse Kittens: How Synesthetes Color
their Worlds
(Gatos Azules y Gatitos Verde Manzana: Cómo los
Sinestetas Dan Color a Su Mundo)
(Copyright © Patrica Lynne Duffy, 2008. Todos derechos
reervados.)
por Patricia
Lynne Duffy
Prólogo
“El cerebro
es más grande que el cielo, porque si pones uno junto al
otro
El primero
contendrá al segundo con facilidad,
Y a ti
además”
-- Emily Dickinson
Yo tenía
dieciséis años cuando lo descubrí. Era el año 1968. Mi
padre y yo estábamos en la cocina, él en el lugar desde
donde siempre me hablaba, junto a la puerta de la
alacena; yo, con mis dieciséis años, sentada junto a la
ventana. Los dos estábamos recordando el tiempo en que
yo era una niñita, que aprendía a escribir las letras
del alfabeto. Recordábamos que, con su ayuda, yo había
aprendido a escribir todas las letras muy rápido,
excepto la letra 'R'.
"Hasta que un
día", le dije a mi padre, "me di cuenta que para trazar
una 'R' todo lo que tenía que hacer era escribir primero
una 'P' y luego bajar una línea desde el rulo de la 'P'.
Y yo estaba tan sorprendida de que hubiera podido
transformar una letra amarilla en una letra anaranjada,
con sólo agregar una línea".
"¿Letra
amarilla? ¿Letra anaranjada?" se sorprendió entonces mi
padre, "¿qué estás diciendo?"
"Bueno, ya
sabes", dije yo. "La 'P' es una letra amarilla, pero la
'R' es una letra anaranjada. Ya sabes, los colores de
las letras."
"¿Los colores
de las letras?" preguntó mi padre.
El tema no
había surgido antes en ninguna conversación. Nunca se me
había ocurrido mencionárselo a nadie. Desde que yo podía
acordarme, cada letra del alfabeto tenía un color
diferente. Cada palabra tenía un color diferente; y
también cada número. Los colores de las letras, palabras
y números eran tan intrínsecos a ellos como sus formas
y, al igual que sus formas, los colores nunca cambiaban.
Aparecían naturalmente y yo no podía modificarlos.
Yo había dado
por sentado que todo el mundo tenía las mismas
percepciones que yo. La perplejidad de mi padre fue una
reacción totalmente inesperada. Desde mi punto de vista,
yo había hecho un comentario tan perfectamente normal
como 'las manzanas son rojas' y 'las hojas son verdes' y
me encontraba con una respuesta de total sorpresa.
Entonces yo no sabía que ver cosas como 'pes' amarillas
y 'eres' anaranjadas, 'bes' verdes, 'cincos' violetas,
'lunes' marrones y 'jueves' turquesa era una
característica privativa de una de cada dos mil personas
que, como yo, son portadoras de un extraño fenómeno
neurológico llamado 'sinestesia'. En la
sinestesia, cuando uno de los cinco sentidos es
estimulado, responde ese sentido más otro. Esto
puede hacer que los 'sinestetas' experimenten
sensaciones tan peculiarmente amalgamadas que las
palabras y los sonidos tengan colores y aun sabores y
que los sabores tengan formas. Cuando ya era un
poco mayor, leí sobre sinestetas tales como Michael
Watson (sobre quien el neurólogo Richard Cytowic
escribió en su libro, El Hombre que Saboreaba las
Formas). Otro sinesteta dijo que el nombre 'Fracis'
tenía 'el sabor de los porotos horneados'; otro artista,
Carol Steen, dice que los fuertes dolores de cabeza
provocados por sinusitis son de un 'anaranjado violento'
mientras que los más leves son 'sólo verdes'. En la
última década, más o menos, los neurocientíficos que, en
su mayoría, trabajan en la Universidad de Cambridge en
Inglaterra han realizado estudios que indican que la
sinestesia podría ser transmitida en los genes, y
produce un raro patrón de neuronas en el cerebro que
hacen que, en los sinestetas, la vista se cruce con el
oído, o el gusto se cruce con el tacto.
Pero como
hasta ese día en la cocina, ni mi padre ni yo sabíamos
nada de la sinestesia, ambos quedamos desconcertados. El
desconcierto aumentó cuando él supo que su hija no sólo
veía las letras de colores sino también los números y
las unidades de tiempo: una semana era una acera de
colores con siete cuadrados de baldosas, una para cada
día y el año era una cadena oblonga de doce rectángulos
de colores. Mi padre se sorprendía con mis
descripciones y yo me sorprendía de su sorpresa. Para
mí, aquel fue uno de esos momentos iniciáticos, en que
vislumbré que el mundo podría no ser como yo lo había
percibido hasta ese momento. Fue uno de esos
momentos en que la pregunta más básica que une
socialmente a los seres humanos --¿Ves tú lo que yo
veo?-- parece suspendida en el vacío, independiente de
cualquier contexto en común.
Repentinamente me sentí abandonada en mi isla privada de
'ces' azul marino, 'des' marrón oscuro, 'sietes' verde
brillante y 'ves' color borravino. ¿Qué otra cosa veía
yo de un modo diferente de todo el mundo?, me
preguntaba. ¿Qué veían los demás que yo no veía de la
misma forma? Se me ocurrió que quizás cada persona en el
mundo tiene una pequeña rareza en su percepción, de la
que no es consciente, y que la coloca en una isla
propia, misteriosamente separada de los demás. De pronto
se me reveló el vertiginoso sentimiento de que podría
haber tantas de estas 'islas' privadas como seres hay en
el mundo.
Aquella
conversación con mi padre en la cocina, lo impulsó a
buscar por todos los medios, en librerías y en
bibliotecas, alguna información que explicara las
peculiaridades de la percepción de su hija. Su búsqueda
lo llevó a la 'sinestesia' la palabra mágica que colocó
a mis percepciones en el mapa del terreno conocido de la
experiencia humana. Encontró la referencia a la
sinestesia en un artículo sobre meditación, en un
ejemplar de Yoga Digest, en una librería de
libros usados. Posteriormente, mi padre y yo hallamos
que otros habían transitado el territorio de la
sinestesia: El poeta francés del siglo diecinueve Arthur
Rimbaud escribió el "Soneto de las Vocales" sobre la
visión de vocales de colores; uno de los mayores
novelistas del siglo veinte, Vladimir Nabokov, describió
su alfabeto de colores en su autobiografía Habla,
Memoria; los compositores Franz Liszt y Olivier
Messaien veían las notas musicales de colores, lo que
este último celebró en composiciones tales como "Los
Colores del Tiempo"); el pintor David Hockney describió
de qué manera el oír "música de colores" lo ayudaba a
diseñar los escenarios de la Metropolitan Opera; la
artista Carol Steen expresa sus percepciones
sinestésicas en la escultura y la pintura; y el físico
Richard Feynman describió las ecuaciones coloreadas que
lo ayudaron a formular la teoría cuántica que lo llevó a
ganar el Premio Nobel.
Mentes mucho
menos impresionantes han tenido una experiencia
sinestésica del mundo, pero aquellos que la tienen
tienden a mantener el silencio sobre sus percepciones,
puesto que los inhibe el hecho de que tanta gente jamás
ha experimentado la sinestesia y ni ha oído hablar de
ella. Los sinestetas nos damos cuenta pronto de que para
la mayoría de las personas nuestras percepciones son
sólo estrafalarias, y hasta sospechosas. Otros no ven
los que vemos y no podemos convencerlos de que nosotros
lo vemos así.
Durante
varios siglos, los científicos no sabían cómo
interpretar los extraños informes de los sinestetas:
pudiendo valerse sólo de anécdotas, todo intento de
investigación se veía detenido. Aun el científico del
siglo diecinueve, Sir Francis Galton, quien en verdad
dedicó mucho tiempo al estudio de los informes sobre las
percepciones sinestésicas, inicialmente proclamó que
"Cada uno de esos relatos es más lunático que el otro".
Ahora que la ciencia tiene la tecnología para mirar
dentro del cerebro y observar su actividad, se han
retomado los estudios de la sinestesia. Hoy en día, los
científicos de los grandes institutos y universidades,
como por ejemplo, la Universidad de Yale, la Universidad
de California, el Instituto de Tecnología de
Massachussets, la Universidad de Granada, la Universidad
de Waterloo, y la Universidad de Cambridge, ansiosos por
conocer los secretos que la sinestesia puede revelar
sobre el cerebro humano, están explorando el cerebro de
los sinestetas con escáners de alta tecnología.
En 1993, mi
esposo Josh encontró casualmente un artículo sobre estas
recientes investigaciones sobre la sinestesia en la
revista de, créase o no, the Economist. Pasándome
distraídamente el artículo me dijo "¿No es esto lo que
tú tienes?" El informe, titulado "Prosa Morada" (escrito
por Aliso Motluck, también ella una sinesteta), se
refería a investigaciones del Instituto de Psiquiatría
de Londres, en el que el Dr. Simon Baron-Cohen
encabezaba un equipo de neurocientíficos que ha hallado
que en el cerebro de los sinestetas ocurre algo
significativamente diferente. Escribí
inmediatamente al Dr. Baron-Cohen, y hasta realicé una
"peregrinación" a Londres para encontrarme con él, el
verano siguiente. Tomando una taza de té en su oficina
de Denmark Hill, Londres, el Dr. Baron-Cohen me comentó
que los sinestetas que ven el lenguaje de colores,
procesan el lenguaje y los sonidos en una parte del
cerebro que normalmente está reservada para el
procesamiento de información visual. Me presentó a la
Asociación Internacional de Sinestesia (AIS), que había
patrocinado jornadas con presentaciones de sinestetas e
investigadores. Rápidamente me afilié a la AIS y, varios
años más tarde, fui a Inglaterra para una de sus
jornadas, llevada a cabo en la Universidad de Cambridge.
Alrededor de
cincuenta sinestetas se reunieron en el seminario de
Cambridge para escuchar presentaciones en las cuales
nuestras percepciones estaban ataviadas en los dignos
atuendos de "hallazgos" científicos. Los investigadores
informaron que las descripciones de los sinestetas
tenían algunas características en común: Para una gran
mayoría, las palabras adquieren el color de la letra
inicial, casi todos ven las letras 'o', 'l' y 'u' en el
mismo rango de color (blanco, blanco a gris claro y
amarillo a marrón claro, respectivamente). También nos
enteramos de que se estaba estudiando una posible base
genética para la sinestesia, ya que el fenómeno tiende a
repetirse en miembros de una misma familia. Los
investigadores nos dijeron que mediante el estudio de la
sinestesia, ellos esperaban adquirir mayor conocimiento
de los misteriosos mecanismos del cerebro humano y,
quizás, de la forma en que las personas, con o sin
sinestesia, filtran sus percepciones y "dan color" a su
mundo.
Los
sinestetas que charlaban durante la recepción con té y
bizcochos en el elegante salón "Old Combination" de
Cambridge, se manifestaban encantados. "Siento que he
sido convalidado" era la frase más oída. Estaban allí
personas a quienes, por muchos años, sus familiares,
amigos y colegas les habían dicho que sus percepciones
de sonidos coloreados eras "tontos", "superficiales" o,
peor aun, "inventados". La mayoría de ellos ya hacía
tiempo que había dejado de intentar compartir esas
percepciones con los demás. Como me confesó una dama de
Cambridge de mediana edad y hablar pausado: "Cuando era
pequeña, la primera vez que dije que el nombre de cada
persona tenía un color, me respondieron que yo debía se
muy estúpida o muy tonta para decir una cosa así". Ya
adulta, ella estaba encantada de ser parte de la
investigación sobre sinestesia de la Universidad.
No debe
sorprender el sentido de alivio por la auto validación
que la mayoría sintió ese día si se considera cuánto hay
involucrado en la pregunta "¿Ves tú lo que yo veo?"
dirigida a aquellos con quienes nos casaremos y los que
serán nuestros amigos y aliados en el trabajo. Es una de
las preguntas fundamentales que nos impulsan en la vida
y que nos llevan a compartir momentos con otra gente,
reforzando nuestro sentido de quiénes somos y qué es el
mundo.
En casa, en
Nueva York, y lejos de la reunión de sinestetas de
Cambridge, recurro a la Internet, el gran validador de
la percepción no estándar. Al conectarme al sitio web
sobre sinestesia del MIT, me doy cuenta de que estoy
retomando la conversación con mi padre que había
comenzado en 1968.
Mucho tiempo
antes de que existiera la Internet y prestigiosas
universidades dignificaran el estudio de la sinestesia
con congresos y sitios web, mi padre por sí solo
convalidó lo que yo veía. Como él estaba convencido de
que había alguna lógica interna en las inusuales
percepciones de su hija, estuvo bien dispuesto para
aceptar esa suspensión del descreimiento que se necesita
para que una visión se abra a otra.
Hace unos
meses yo estaba revisando un cajón en la misma cocina en
la que mi padre y yo habíamos tenido aquella
conversación sobre mi alfabeto con colores, tantos años
atrás. Encontré un dibujo que había hecho a los siete
años al que había dado el título de "Gatos Azules para
Papá". Al dorso, en una nota que mi padre fechó 5/68,
escribió: "Actualización sobre la obra de Patty: Acaba
de decirme que 'gato' es una palabra azul. Ahora sé por
qué estos gatos son azules."
Capítulo 1
‘Los colores se esconden detrás de todo,
hasta detrás de la noche’.
-Katherine Vaz, Saudade
Desde que tengo
memoria, las letras del alfabeto, los números y las palabras
tienen color. Pero también recuerdo que antes de que supiera
leer y escribir, cada palabra evocaba, en el ojo de mi
mente, su diseño colorido exclusivo e inalterable. Algunas
veces yo hacía el dibujo de las palabras que 'veía' y se lo
mostraba a mi padre, como hacía con todos mis dibujos.
En esa época mi
padre estaba mucho en casa. Primero, tomó licencia de su
trabajo para cuidar de su padre, que había caído en
depresión por la edad y las enfermedades. Después, cuando su
padre murió, mi padre, a su vez, cayó en depresión. Mi madre
me dijo que tratara de alegrar a mi padre. Creo que nuestros
experimentos con el color ayudaron.
Recuerdo a mi
padre sentado en el gran sillón verde y vencido de la sala
de estar, con el codo sobre el posa-brazo, y la barbilla
apoyada en la mano. Yo tiraba de esa mano con la insistencia
de mis cuatro años, decidida a hacerle preguntas sobre mis
crayones. Necesitaba un color que no estaba en mi caja de
crayones. ¿Qué podía hacer? Cuando era pequeña, dibujaba
mucho y los crayones jugaban un papel importante en mi vida.
Ante mi insistencia, mi padre se dejaba levantar de su
desvencijado sillón verde, lleno de cosas, hacia mi pequeña
mesa rojo brillante, sobre la que cada día yo hacía toda
clase dibujos. La mesa de la pequeña niña, siempre estaba
rebosante de papel de dibujo y crayones de diferentes
colores, tamaños y medidas. 'Pero no tengo el rosa', le
decía a mi papá, 'y necesito el rosa'. El color rosa era
importante ese día. Yo estaba haciendo el dibujo de una
palabra --no recuerdo cuál sería-- pero recuerdo que tenía
mucho rosa en su diseño.
Me gustaba hacer
los diseños de las palabras que aparecían ante el ojo de mi
mente cuando oía pronunciar las palabras. Nunca pensé
decirle a nadie que esos dibujos eran figuras de palabras.
Eran sólo mis 'diseños'. Los diseños eran muy coherentes;
cada uno tenía todo un conjunto de formas y colores, como
los patrones de un caleidoscopio. La palabra que yo estaba
dibujando ese día tenía mucho rosa en su juego de colores.
'Si no tienes
rosa', decía mi padre, 'podrías usar el crayón rojo'. 'Sólo
colorea muy suavemente para que se vea casi como el rosa'.
'No', decía yo.
'Necesito el rosa'.
Mi padre se veía
fatigado. En esa época, no podía dormir bien de noche y a
menudo se lo veía muy cansado todo el día. Por un momento,
pensé que iba a dejarme y retornar a su sillón de la sala de
estar. Pero yo necesitaba ayuda con los colores, así que
sabía que se quedaría.
‘Necesito eI
rosa, Papi', dije otra vez.
'Bueno', dijo mi
padre, 'Quizás podríamos hacer el rosa con tu crayón rojo y
tu crayón blanco'.
'¿Hacer el
rosa?', pregunté.
‘Sí', dijo mi
padre. 'Si pones dos colores juntos, puedes hacer un color
diferente'.
'¿Un color
totalmente nuevo?', repetí maravillada. '¿Podemos hacer el
rosa?' Parecía magia. Mi fervor de niña retuvo a mi padre
allí, junto a la mesita roja e impidió que volviera a su
sillón verde-grisáceo. Y hasta me propuso ir a la cocina
para realizar un experimento con colores, haciendo crayones
nuevos, de nuevos colores, fundiendo y combinando los
crayones de colores de mi caja de colores.
En la cocina, la
luz del sol caía a través de la ventana que daba al cerezo
del patio, donde los pájaros se posaban a picotear las
cerezas rojas. Yo observaba con gran interés a mi padre
rallar los crayones con el rallador de verduras de mi madre.
De él caían vívidos copos de crayón rojo y blanco al
recipiente sobre la hornalla, mientras los gorriones piaban
y las sombras del cerezo del patio aleteaban alrededor de
nosotros, sobre las paredes de la cocina. Mi padre
encendió la hornalla de la cocina y yo miraba maravillada
cómo los copos de crayón se volvían un líquido, que él luego
virtió en un soporte de bolígrafos de metal vacío, al que
colocó en el horno. Luego de 'incubarlo' en el horno por
suficiente tiempo, lo retiró, abrió el soporte de bolígrafos
y, como si se tratara de gorriones al romper el huevo, allí
estaba el nuevo crayón; un poco extraño en su forma,
pero, igual, un crayón que se podía utilizar.
Yo estaba
encantada. Bailaba a la luz del sol de la cocina con mi
nuevo crayón rosa.
'¿Podemos hacer
otros colores?' pregunté, deseando que mi padre se quedara
conmigo en la cocina iluminada por el sol.
Repetimos el
experimento, combinando diferentes crayones para hacer
nuevos colores. A veces, mientras esperábamos que un crayón
u otro se horneara, yo notaba la mirada triste de mi padre,
fija en las profundidades de algo que yo no podía ver. Pero
entonces, yo tiraba de su mano e insistía en que era hora de
'ver más colores del arco iris' y hacer más crayones. Mi
padre se levantaba y derretía un crayón amarillo junto con
otro, verde hoja, para hornear un verde manzana, y luego
derretía un amarillo con un rojo para obtener el anaranjado
del sol.
Se me ocurrió una
idea: si podíamos hacer esos maravillosos nuevos colores con
sólo derretir dos crayones juntos, cómo no imaginar el
magnífico color que podríamos hacer si combinábamos todos
los crayones. Pregunté a mi padre si podíamos hacer un
crayón compuesto de todos los crayones de mi caja.
Él vaciló un
momento y luego dijo: 'Bueno, haremos un experimento.
Veremos qué pasa'. Entonces, ralló y derritió todos los
crayones que quedaban como si fueran papel picado de muchos
colores, los que luego se hicieron remolinos de líquidos de
colores en el recipiente. Después de verter este líquido en
el soporte para bolígrafos, esperamos, porque, dijo mi padre
'Éste tardará más en hornearse'. Él se fue a la sala de
estar y se sentó en su sillón.
'¡Papi, papi, ven
a ver los colores del arco iris, ven a ver los colores del
arco iris!, yo repetía mientras iba y venía entre la sala y
la cocina.
Después de un
tiempo, mi padre me permitió llevarlo a la cocina otra vez.
Sacó el soporte de bolígrafos del horno y lo abrió; para mi
sorpresa y desilusión, lo que nació no era el magnífico
'color arco iris' que yo esperaba, sino pura y simplemente,
un crayón negro común y corriente.
'¿Por qué,
Papi?', le pregunté. '¿Por qué sólo negro?'
'Cuando pones
todos los colores juntos', dijo mi padre cariñosamente al
ver mi decepción, 'lo que obtienes es el negro'.
Mi mente infantil
conectó la conversión de los prometedores remolinos de
colores en negro con la tristeza de mi padre.
Durante el resto
del día, sentada en mi mesita roja, pinté furiosamente con
mi crayón negro, llené hojas de papel de dibujo con fondos
negros, sobre los que yo dibujaba mis diseños de palabras de
colores brillantes. En realidad, así era como el ojo de mi
mente veía los diseños de las palabras: patrones luminosos y
coloridos que aparecían de la negrura, evocados por el
sonido de las palabras.
Más tarde ese
día, mostré a mi padre todos los diseños de colores que
había dibujado con mis crayones; nunca se me ocurrió decirle
que esos eran dibujos de palabras. Era, simplemente, 'mis
diseños'. Recuerdo que me gustaba mucho el sonido de la
palabra 'diseño' y que la dibujé también. Pero ahora me
quedan recuerdos muy vagos de cómo se veía cualquiera de
esos diseños de palabras.
Me han preguntado
porqué nunca mencioné mis palabras con colores cuando era
niña. Nunca se me ocurrió hablar de ellas. Eran simplemente
parte del mundo que yo estaba descubriendo. A esa edad,
diferentes acontecimientos quedaban unidos inextricablemente
para formar una sola unidad de experiencia vivida. Nunca se
me ocurrió descomponer esa unidad, describir los diseños que
aparecían en mi cabeza como si fueran algo inusual. Ver
diseños siempre había sido parte de mi experiencia de oír
palabras, y nunca se me ocurrió preguntarme si los demás
oían las palabras en la forma de diseños de colores.
Simplemente, pensaba que los diseños de mi mente eran
bonitos y yo quería dibujarlos para que mi padre estuviera
contento.
Ahora, sin
embargo, los bonitos diseños de las palabras sólo existen
como débiles recuerdos. Muchas personas que experimentan
fuertes fenómenos de sinestesia en la niñez, pierden esa
capacidad en la edad adulta. La razón de esto podría ser, en
parte, fisiológica. A medida que el cerebro madura, demarca
claramente sus respuestas sensoriales dividiéndolas en 'esto
es vista', 'esto es sonido', 'esto es olor', esto es sabor'
y 'esto es tacto'. Las respuestas sensoriales ya no se
superponen. Pero el aún inmaduro cerebro de los bebés parece
operar de un modo muy distinto. La investigadora Daphne
Maurer, nos dice que los bebés de menos de seis meses tienen
todos respuestas sinestésicas porque el cerebro no ha
diferenciado aún sus funciones en compartimientos que
responden separadamente a estímulos visuales, auditivos,
olfativos, gustativos o táctiles. El lactante no puede
segregar las experiencias en componentes sensoriales
discretos. Como Maurer escribe en un artículo titulado
'Sinestesia Neonatal',
Los sentidos del recién nacido no están bien diferenciados,
más bien están entremezclados en una confusión sinestésica.
En su libro El
Mundo del Recién Nacido, Daphne y Charles Maurer
describen la experiencia sensorial del lactante en esta
forma:
El olor de su mundo es para él bastante similar al olor que
nosotros percibimos de nuestro mundo, pero él no percibe los
olores como si vinieran sólo a través de su nariz. Oye
olores, ve olores, y también los siente. Su mundo es un
tumulto de aromas acres --y sonidos punzantes, y sonidos de
olor amargo, y visiones de olor dulce y presiones de olor
ácido contra su piel. Si pudiéramos visitar el mundo del
recién nacido, nos sentiríamos dentro de una perfumería
alucinatoria.
Los bebés
perciben patrones totales de energía, antes que patrones
diferentes filtrados a través de uno u otro de los cinco
sentidos.
Con el tiempo,
sin embargo, el cerebro desarrolla y compartimenta sus
funciones y la fusión sinestésica de la infancia deja lugar
a las experiencias sensoriales diferenciadas de la niñez más
avanzada y la edad adulta. Una teoría de por qué algunos
adultos tienen una forma u otra de sinestesia, es que la
segregación de funciones no tiene lugar en forma completa en
algunas personas. Este proceso de desarrollo incompleto,
entonces, hace que el cerebro adquiera la experiencia
sensorial de una manera parcialmente combinada, en la que el
sonido se fusiona con la vista, la vista se fusiona con el
tacto, el tacto se fusiona con el gusto, el gusto se fusiona
con la forma. Es posible una gama completa de
experiencias sinestésicas y, por siglos, los informes sobre
ellas han llegado no sólo a publicaciones científicas, sino
también a poemas, novelas y aun libros para niños.
Norton Juster,
representó imaginativamente una fusión sinestésica de sonido
y gusto en su conocido libro para niños La Caseta
Fantasma. Un capítulo describe un mercado donde se
venden carradas de letras del alfabeto. Los compradores
compran las letras para hacer palabras, pero también para
saborearlas. El 'hombre de las letras' le dice al
personaje, Milo:
'Toma, saborea una 'A'; saben muy bien'.
Milo mordió con cuidado la letra y se dio cuenta de que era
bastante dulce y deliciosa -exactamente como se esperaría
que fuera el sabor de una 'A'.
‘Estaba seguro de que te gustaría', rió el vendedor de
letras, arrojando dos 'G' y una 'R' a su boca y dejando que
el jugo se deslizara por su mentón. Las 'A' son nuestras
letras más pedidas. 'No todas son tan buenas', le confió en
voz baja. 'Por ejemplo, la Z, muy seca, con gusto a virutas
de madera. ¿Y la X? ¡Ugh!, sabe a un arcón de aire rancio...
Pero la mayoría son bastante sabrosas....'
Quizás estas
descripciones sinestésicas suenen familiares a los lectores
jóvenes, ya que no ha pasado tanto tiempo desde que ellos
experimentaron estas combinaciones de la percepción. La
investigadora Daphne Maurer ha realizado una serie de
experiencias que revelan que los bebés no hacen distinción
alguna entre los estímulos visuales y auditivos, sino sólo
de la intensidad de los estímulos, independientemente de su
tipo. En uno de esos experimentos, bebés de un mes no
distinguían entre un destello de luz y una ráfaga de sonido
blanco de intensidad semejante. Las mediciones del ritmo
cardiaco de los bebés indicaban que ellos reaccionaban como
si fueran un mismo estímulo y respondían sólo a cambios de
intensidad, independientemente de si el cambio de intensidad
se producía en la luz o en el ruido, ya que ambos eran
experimentados por los bebés como un solo estímulo. En
tanto la luz o el sonido se mantenían en niveles de
intensidad semejantes, el ritmo cardiaco de los bebés se
mantenía también a nivel constante. Pero si la intensidad de
la luz o del sonido disminuía o aumentaba, el ritmo cardiaco
de los bebés cambiaba. El cambio del tipo de estímulo
por sí mismo, por ejemplo, de visual a auditivo, no producía
cambio alguno en la respuesta de los bebés. Este resultado
sorprendió a los investigadores porque es bastante diferente
de cómo responderían niños mayores y adultos. Estos últimos
exhiben una respuesta discreta al ver la luz y otra al oír
un sonido; los ritmos cardíacos cambian en respuesta a un
cambio en el modo sensorial, independientemente de si estos
diferentes modos de estímulo tienen niveles de intensidad
concordantes. Pero los bebés del experimento respondían como
si se los hubiera expuesto a un sólo estímulo sensorial, a
pesar de que uno era luz y el otro, sonido.
Del mismo modo
que los bebés experimentan la vida como una combinación de
sentidos, la experiencia de la vida de los niños pequeños es
un patrón integrado que ellos ni piensan en cuestionar, sino
sólo en vivir. Los niños tienen experiencias que ellos
aceptan y ni piensan en describirlas a los adultos. Es por
eso que muchos padres nunca saben que su hijo o hija
experimenta el fenómeno de la sinestesia y por eso también
que muchos individuos que tienen la experiencia de la
sinestesia no se enteran de que su forma de percepción es
infrecuente hasta llegar a adultos o, en algunos casos, sin
que nunca se den cuenta de que sus percepciones se apartan
de la norma.
Como lo
mencionara anteriormente, algunos sinestetas informan que la
experiencia sinestésica se vuelve menos intensa al llegar a
la edad adulta. ¿Por qué ya no puedo recordar mis diseños de
palabras? Creo que empezaron a desaparecer cuando comencé a
aprender el alfabeto, la representación socialmente aceptada
del lenguaje. Recuerdo que a los tres o cuatro años yo
estaba fascinada con las palabras y las letras del alfabeto
que veía escritas en los tarros de café y las cajas de
cereales que estaban sobre la mesa de la cocina. Me sentaba
allí con un lápiz y las copiaba en papel de dibujo como si
fueran diseños. Yo copiaba ‘Maxwell House Coffee:
Good to the last drop’ de la etiqueta colorada del
frasco de café y ‘Jane Parker Apple Pie: Mouth watering
good’
de su delgada caja azul y blanca. No sabía leer lo que
estaba copiando; a esa edad, yo sólo podía reconocer algunas
letras del alfabeto, pero no leer palabras. Recuerdo que lo
que más quería era tener edad para ir a la escuela para
poder leer las palabras que estaba copiando. Mi padre y mi
madre me alentaban a copiar las palabras y las letras y
recuerdo que siempre cantaban conmigo la canción del
alfabeto mientras yo copiaba. Por muchísimo tiempo,
cantar la canción ‘A- B- C-D-E-F-G/-H-I-J-K/-LMNO/-P’ me
daba la idea de que 'lmno' era el nombre de una sola letra.
Recuerdo que mis padres se rieron cuando les pregunté '¿cómo
se escribe una 'lmno'?'. Todavía recuerdo que, para el ojo
de mi mente, la 'lmno' tenía la forma de un diseño
abstracto, que recordaba a un pájaro anguloso amarillo y
marrón con un pico de forma triangular.
Todas las letras
del alfabeto que aprendía tenían un color de inmediato. A
veces me pregunto si habría alguna conexión entre los
colores de mis diseños de palabras originales y los colores
evocados por los sonidos de las letras del alfabeto, y
desearía poder recordar esos diseños de palabras lo
suficiente para comparar los colores.
Me llevó un largo
tiempo dibujar la letra 'R'. Probaba una y otra vez, pero no
podía sacar el palito colgante. Mi padre, al ver mi
frustración, me mostraba y me volvía a mostrar la forma de
dibujarla, pero por alguna razón no podía imitarlo. Luego un
día, después de observar a la 'R' un buen rato, noté cuán
similar era a la 'P'. La única diferencia entre las dos
letras era que de la 'cabeza' de la 'P' bajaba una línea
inclinada. Esto significaba que si yo podía hacer una 'P',
yo podría hacer una 'R'! Sin siquiera respirar, tomé
entusiasmada mi lápiz y dibujé una 'P'; luego dibujé la
línea inclinada desde su rulo. Y mi teoría funcionó --¡había
dibujado una 'R'! Y a diferencia del amarillo pálido de la
'P', su color era anaranjado. ¡Qué maravilla que una letra
amarilla pudiera tornarse naranja con sólo dibujar una
línea!
'Papi, papi, ven
a ver, he hecho una 'R'!' Mi padre se acercó rápidamente a
mi mesita colorada. Allí, entre las pilas de dibujos de los
diseños de las palabras y páginas de letras del alfabeto
escritas a lápiz, estaba mi 'R': un poco titubeante, quizás,
con líneas más torcidas que rectas, pero
incuestionablemente, una 'R'. A mi padre se le iluminó el
rostro con una gran sonrisa y, feliz por mí, feliz de que
sus instrucciones hubieran dado resultado, me levantó sobre
sus hombros para celebrar el éxito con una vuelta 'a
caballito'.
Y mientras
saltábamos alrededor de la pequeña mesa roja, mis ojos se
posaron sobre el crayón negro que habíamos hecho en casa, y
ya no era el decepcionante destructor de todos los colores
sino, simplemente, el lugar donde ellos se esconden.
Blue Cats and Chartreuse Kittens: How Synesthetes Color
their Worlds
(Gatos azules y gatitos verde manzana: Cómo los sinestetas
dan color a su mundo)
(originalmente publicado por Henry Holt & Company 2001)
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